Siempre se tiene un jefe que toca las narices, que abusa del poder, que paga su mal día, sus problemas con el empleado.
Si se es autónomo o se tiene una tienda familiar parece que no se tiene jefe, pero casi es peor, porque no se puede echar en cara a nadie su falta de profesionalidad o de humanidad.
Siempre hay un jefe. Ni siquiera el "manda mas" es nunca el "manda mas". Hasta Polanco, tiene jefe. Políticos que untan y a los que hay que poner de vez en cuando el culito. Sé de lo que hablo, creedme, mamo de la envenenada leche del grupo Prisa.
Cuando te toca toparte con ese jefe toca las narices, al que le falta clase, le falta educación, al que la amargura le impide ver su inaptitud, generalmente te quedas bloqueado ante situaciones abusivas y desagradables. Al menos yo me suelo quedar bloqueada en el primer envite.
El jefe siempre debe ser el enemigo a batir y a estudiar. Yo misma he sido a veces una mini-cuasi- minundi que ordena, que puede putear un poquito. Me gusta ser el enemigo a batir. Así debe de ser, que tengas el grupo de "pelotas", de indiferentes, de cobardes, y luego tu, te dediques a pasar de todos, como dicen los cánones del poder.
Cuando te toca ser el foco de la ira y el malestar del señor jefe, hay que elaborar un sutil plan. Estudiar al enemigo sus puntos débiles.
Haber jugado durante años a videojuegos de estrategia y combate ayuda mucho.
Después de haber recibido la bonita perlita de "niñata con tetas" me he puesto a esperar el momento para devolvérsela.
Sin lugar a dudas, mi enemigo tiene una parte débil evidente. Solo hay que fijarse como mira el culo cada vez que te vuelves, como una habitación de diez metros cuadrados la convierte en medio metro, restregando la cebolleta de forma casual e imposible de evitar.
Cuando se está en guerra, los prejuicios y las estupideces intelectuales desaparecen.
Y utilizo, lo que todas las tías hemos utilizado desde el principio de los tiempos, y las que lo niegan: mas.
Le observo en la distancia, me pongo en un ángulo visible, lo suficientemente lejos para que parezca casual. Me agacho haciendo que busco con ansia un algo, como si en ello me fuera la vida.
Noto la clavada de ojos de mi enemigo sobre mi "partes nobles".
Sin mirarle un segundo, me dirijo hacia donde esta sentado y a dos metros doy un giro de caderas hacia otra dirección. Al momento me llama: "oyee.."
Me giro, le muestro una de mis mejores sonrisas. Me siento en la silla de enfrente como si me dispusiera a tener una larga charla, me mira las piernas, y sigue arrastrando el "queee" yo sigo sin decir nada.
Cojo de su mesa un abrecartas como si lo estuviese descubriendo de un yacimiento arqueológico y empiezo a acariciarlo y tocarlo, se que el se siente la extensión del abrecartas y ya no dice ni el "queee".
Esta callado, yo también, como si nunca hubiera escuchado su "mierda mañanera", esforzándose en que lo oyera todo el mundo.
Dejo el abrecartas, le miro y sonrió, ahora podría pedirle lo que quisiera. El enemigo se ha quedado en pelotas delante mía.
El esta dándole vueltas a como decirme algo, que no tengo ni idea que puede ser, pero esta claro que no le esta siendo fácil. Al final me sorprende soltando: Te queda muy bien ese vestido. Aunque la palabra vestido se le encasquilla un poco y dice: vestigo.
Yo no le contesto y me imagino como le paso los labios sobre la espalda. Increíble. El da un respingo en la silla y apoya la espalda en el respaldo.
Esto es divertido. Mola saberse dentro de una batalla ganada.
"¿Comemos mañana?"
Tardo en contestar, como pensándolo y le digo muy despacio: "Me das demasiado asco para comer nada al lado tuyo. Eres viejo, amargado y probablemente follas de pena"
Me levanto y me da un subidón de adrenalina. La película es verdad, la protagonista no se despierta de su sueño-fantasía.
Sé que habrá mas batallas. Sé que hay rabia en el. Sus siguientes movimientos estan sopesados. Permanecer lejos de el, no quedarme sola y no comentar nada de esto a nadie.
Pues nada de esto ha ocurrido.
Solo el y yo sabemos lo que ha pasado y si desaparezco no podrá robarme el bastión de poder.
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